¿Realmente el Camino de Santiago actúa a nivel neuroquímico en el cerebro exactamente igual que lo hacen el juego patológico o algunas sustancias?. Lo que está claro es que el Camino de Santiago que hacemos con los pies y con el corazón, está creando una nueva ruta neuronal en nuestro cerebro. A cada paso, estamos creando un Camino de Santiago Neuronal.

¿Es la conducta de caminar y caminar y caminar cuantas más veces mejor por cualquiera de los itinerarios Jacobeos consecuencia (para algunos) de una verdadera adicción tal y como se define en los manuales de diagnóstico clínico?

Muchos peregrinos reconocemos que el Camino es adictivo, lo decimos en plan positivo y con alegría. Pero muchos de nosotros (me incluyo) también pasamos un síndrome de abstinencia en toda regla cuando volvemos a casa; yo lo llamo Síndrome Post Camino. También podríamos llamarlo síndrome de retirada, como cuando llevas tomando un tiempo medicamentos ansiolíticos y te bajan la dosis drásticamente…  O como cuando dejas de fumar de repente.

Si además hemos conocido a alguien muy especial en el Camino y tenemos que separarnos pensando que tal vez no le volveremos a ver, pasamos un duelo. Y se pasa terrible. Doy fe. Es posible que los psicólogos conozcamos los mecanismos emocionales y comportamentales; pero el hecho de conocerlos, no nos impide sentir tristeza o morriña.

Esa sensación de separarse de los compañeros de Camino con los que hemos compartido tanto… ufff… ufff… ufff… Ya sabéis a qué me refiero. Corazón partido. Yo me autoconsuelo pensando que las almas que caminan juntas, quedan unidas para siempre.

¿Dónde está el límite entre afición o adicción? La adicción implicaría la pérdida de control y la dependencia. Creo que todos somos capaces de modular nuestro comportamiento cuando dejamos de caminar; es decir, no salimos compulsivamente a perseguir flechas amarillas motivados por una ansiedad sobrehumana, aunque nos gustaría.

Así que tal vez, por poco, nos salvamos de ser adictos. Bueno, bueno… yo creo que algún adicto al Camino de Santiago sí que hay por ahí. Haberlos, haylos.

Hay peregrinos que viven caminando. Que llevan años haciéndolo sin parar y parecen incapaces de hacer otra cosa.

¿Se trata de una adicción o de la única manera que encuentran de vivir en coherencia consigo mismos? ¿tal vez es una forma sana de vivir que han encontrado?  ¿se trata de peregrinos eternos y su lugar de destino en realidad no es ningún lugar en el mapa sino un lugar que habita en el interior y que todavía no han encontrado? Hay una frase que me encanta que dice: “podrás recorrer el mundo, pero tendrás que volver a ti”. ¿O se trata de personas inadaptadas al mundo y ven en el Camino de Santiago una vía de escape a esa sensación de no pertenecer a este planeta?

Bueno… he hablado con algunas personas que viven caminando; hay historias fascinantes. Cada uno de ellos podría escribir un libro de su vida.

Vamos con la magia de los neurotransmisores.

Los neurotransmisores son una especie de mensajeros químicos que transportan las señales entre neuronas.

La dopamina, entre otras funciones, es el neurotransmisor del movimiento. El movimiento se ve afectado negativamente en la enfermedad de párkinson, por ejemplo. Sin un buen funcionamiento de la dopamina, las neuronas que controlan el movimiento no pueden enviar el mensaje correctamente a los músculos.

En el Camino de Santiago vamos caminando a diario largas jornadas, y con el movimiento ayudamos a que la dopamina suba a niveles estratosféricos. Además, la función más famosa de la dopamina es la intervención en el sistema de placer y recompensa. ¿Qué os voy a contar sobre esto? sobran las explicaciones.

Cuando regresamos a casa, si llevamos una vida sedentaria y no hacemos ejercicio ni nos nutrimos de experiencias satisfactorias, la dopamina y el resto de neurotransmisores que intervienen en el sistema de placer-recompensa (endocanabinoides, serotonina, acetilcolina, glutamato, Gaba, etc.) tienen que volver a recolocarse en los niveles que había antes de caminar, y eso tarda un tiempo. Igual que cuando dejamos de consumir una droga. Ese tiempo es lo que nosotros notamos subjetivamente como Síndrome post Camino (voy a tener que patentar el término antes de que alguien venga y me lo quite, porque a algunos investigadores les encanta sacar síndromes nuevos).

El año pasado se publicó en la revista Molecular Psychiatry un estudio que demostraba que después de caminar una hora por el bosque se reduce la actividad de la amígdala (una estructura cerebral relacionada entre otras cosas con la ansiedad y el miedo), y por tanto disminuyen los niveles de estrés y ansiedad.

No es que el Camino sea el bosque infinito; pero sin duda, en este sentido es lo mismo. Casi todos bajamos los niveles de estrés cuando llevamos días caminando y respirando los aromas rurales. Porque, además, el Camino de Santiago es un contexto seguro en el que podemos relajarnos y dejarnos llevar. Seguramente sería diferente para nosotros estar haciendo alpinismo sin arnés en paredes verticales.

Los resultados de otro estudio llamado Proyecto Ultreya, arrojaron datos estadísticamente significativos sobre el poder terapéutico del Camino de Santiago. Casi ninguno de nosotros necesitaría esos datos para tener esa certeza, pero la ciencia se basa en datos objetivos para confirmar o refutar las teorías. El Camino de Santiago reduce el estrés, disminuye el malestar emocional y mejora el bienestar psicológico.

Después de vivir la experiencia del Camino, nos queda el maravilloso recuerdo. El Camino de Santiago ha generado nuevas rutas en nuestro cerebro (nuevas conexiones neuronales), nuevos aprendizajes y nuevas sensaciones de placer y libertad. Eso queda como una impronta para siempre (igual ocurre con algunas drogas); y, por lo tanto, siempre querremos volver allá donde fuimos felices.

Es evidente que la neuroquímica y la estructura cerebral cambian cuando llevamos varios días caminando. Tal vez no lo hace con la intensidad y agresividad de las denominadas “sustancias de abuso”, pero existe similitud. Caminar durante varios días modifica nuestro cerebro.

Por eso, cuando vuelvas del Camino de Santiago a casa y empieces a sentirte triste, melancólico, a veces ansioso o enrabiado… ten en cuenta que algo en tu cerebro se está readaptando. Pero también en el resto de tu cuerpo – ¡y por supuesto las neuronas del corazón! – puesto que cuerpo y cerebro trabajan juntos. Date tiempo y comprensión. Y recuerda que el Camino de Santiago sigue ahí, que la Ruta Neuronal Jacobea ya la tienes como una impronta en tu cerebro y en todo tu ser para siempre. Y que, seguramente, volverás.

Algunos pueden pensar que meter neuroquímica en la magia del Camino puede ser un atentado contra el alma peregrina. Pero somos seres vivos, sin neuronas no existe la magia. Ni funcionaría el corazón. Ni existiría el Camino. Perdón, me corrijo: el Camino de Santiago estaría ahí, pero no lo andaríamos, ni veríamos, ni sentiríamos, ni experimentaríamos… porque simplemente, sin neuronas, no existiríamos.

Buen Camino 🙂

 

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