Domingo 11 de diciembre de 2011, un día que no olvidaré jamás. Pico Viejo, el volcán del Clímax es como lo he bautizado, es una montaña de la Isla de Tenerife, en Canarias. Fue el volcán que me inspiró el título El Clímax del Caminante porque alcanzar su cima y ver su cráter fue como un orgasmo, una revelación, como una catarsis  indescriptible. Conecté con el puro instinto de caminar.

Fue como conseguir algo imposible. Y, como tantas veces que alcanzamos sueños, es gracias a otras personas.

6.30 de la mañana… rrrriiiingggggggggggggg. Despertador. A vestirse, a desayunar fuerte en el buffet, al coche y hacia el parque Nacional del Teide. 

9 de la mañana. Miramos hacia arriba… allí está la cima. No pensamos en si lo conseguiremos o no… simplemente comenzamos el camino por el sendero número 9.

Hacía fresco y estaba un poco nublado. Los primeros 30 minutos son sin desnivel. Pero a partir de ahí comenzó la temida fatiga. Fuimos reduciendo un poco el paso, caminábamos despacio, sin prisa, y con las pausas necesarias para coger aire.

Pero empezaron a asaltarme las dudas otra vez, empecé a sentir rabia, me costaba mucho esfuerzo, me fatigaba. Un tiempo atrás había estado de baja sin poder casi andar por problemas de espalda, me costó mucho volver a la normalidad, recuperar la movilidad y aún no había recuperado la forma física ni la fortaleza mental.

Entonces reaccioné y decidí no pensar, solo caminar y disfrutar del paisaje. Seguimos ascendiendo más y más y más y más… el aspecto del paisaje iba cambiando… era fascinante.

En algunas zonas parecía que íbamos andando por otro mundo; otras zonas parecían un desierto, después eran todo lavas negras… indescriptible belleza.

Durante gran parte de la travesía sólo importaba el presente, ese momento de cada paso; sólo caminábamos sin pensar en la cima, ni en lo que llevábamos andado, ni en lo que nos quedaba por andar… solo importaba el ahora.

Después de dos horas y media o tres, el suelo se convertía en arena gris, con un desnivel importante donde a cada paso que dábamos nos hundíamos en el suelo y parecía que no avanzábamos nunca. Dábamos un paso hacia a arriba y descendíamos tres.

Era un poco desesperante, pero no importaba: un paso, y otro y otro, sin mirar atrás, ni mirar arriba ni a los lados. Como mucho algún vistazo alrededor para ver el paisaje, pero después otra vez mirada al suelo, para no pisar en algún sitio no recomendado y escurrirnos montaña abajo cientos de metros; terminaba la arena, el suelo era es más firme, seguíamos subiendo… foto aquí, vistazo arriba, vistazo abajo… y vimos unos metros más abajo a dos personas subiendo que no habíamos visto antes.

Seguimos hacia arriba… y minutos más tarde esas personas de abajo ya están a nuestro nivel.

Resulta que eran dos chicos de Tenerife, que vivían en los pueblecitos más cercanos a aquella zona y habían decidido hacer por primera vez el sendero número 9, que no lo habían hecho nunca (aunque habían hecho muchos otros por el lugar).

Nos dijeron que el sendero número 9 era de los más difíciles (no sé si eso me calmó pensando que mi fatiga extrema era lógica). Seguimos subiendo casi sin aliento. Los chicos nos adelantaron, siguieron hacia arriba y los perdimos de vista.

Al cabo de un buen rato… ¡Está ahí, estamos llegando, ya es nuestro! Esas palabras entraron como aliento fresco en mis pulmones dándome un poco más de energía para continuar. ¡Era increíble, lo íbamos a conseguir! Pico Viejo, el volcán del Clímax nos esperaba en silencio.

Por allí estaban los chicos que nos adelantaron, nos vieron llegar a la cima. Sus caras eran de satisfacción absoluta y las nuestras eran caras de súplica (suplicando oxígeno y ver ese cráter ya de una vez, después de cuatro horas y algo más de duro ascenso).

Nos acercamos y allí estaba: el cráter más grande y más profundo que habíamos imaginado jamás. Espectacular, grandioso, majestuoso, cualquier adjetivo se queda insignificante. Los chicos nos preguntaron con una sonrisa: ¿a que el esfuerzo valió la pena? Yo sólo pude contestar: “es una pasada” No tenía palabras… (ni más aliento para poder hablar).

Allí estuvimos en silencio, recuperándonos del esfuerzo mientras contemplábamos aquel impresionante paisaje. Un cráter enorme, de unos 800 metros de diámetro. Entonces tuve una revelación: lo imposible se había convertido en realidad. Como si en un estado de meditación profunda me encontrase, sentí esa sensación de unión con el cosmos.

Cuando recuperamos el aliento, comimos y bebimos y totalmente reconfortados por haber alcanzado ese tres mil, decidimos que era hora de marchar. Última mirada al cráter y media vuelta. Ahora tocaba descender: los descensos suelen ser menos fatigosos pero más peligrosos, además es donde las rodillas sufren más.

La ruta no está terminada hasta que se vuelve al punto de partida.

El descenso resultó bastante cómodo cuando cogimos el truco de caminar sobre la arena y dejarnos guiar por la inercia y el peso de nuestros propios cuerpos.

Íbamos a pasos agigantados, frenando un poco el impulso para no caernos, pero el lugar por donde antes más duro resultó subir, ahora era por dónde más fácil resultó bajar. En algún momento quedamos maravillados por el color rojizo del paisaje, producido por la incidencia de los rayos de sol en la piedra del camino. De verdad que parecía algo bellísimamente extraterrestre.

En algún momento nos dimos cuenta de que no íbamos por el camino correcto. Nos tocó volver a subir otra vez hasta lugar conocido y recuperar el camino de descenso.

El último tramo, el que era sin desnivel, se nos hizo pesado. Pies y piernas se habían acostumbrado a caminar casi en vertical y aquello parecía extraño; estábamos muy cansados.

Por fin llegamos al punto de inicio, donde habíamos dejado el coche.

Echamos la vista atrás y allá arriba, impasible e imperturbable, se alzaba Pico Viejo, el volcán de 3135 msnm. El sendero nº 9: la travesía que cambió mi percepción de mis propios límites. El volcán que me cambió la vida.

Por un momento tuvimos la sensación de que todo había sido un sueño de superación y victoria. Pero allí estuvimos… y aquella experiencia al recordarla hoy, después de nueve años, todavía me hace llorar de emoción. Y es como volver a nacer, otro año más.

Gracias Elías.

Gracias Pico Viejo.

Muchas gracias Vida.

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