Y el cielo… el cielo es naranja, lleno de humo. No se ve el sol y se respiran cenizas. Las llamas son lenguas de fuego que engullen todo a su paso. Los majestuosos árboles que durante el año parecen inquebrantables, desaparecen en segundos. Dos ciervos huyen aterrorizados en dirección a ninguna parte. Las personas también están en peligro. Los bomberos hacen lo que pueden; porque nadie es inmune al fuego. Y por la noche todavía es más espectacular. Rojo sobre negro, como si fuese un volcán. Y eso genera tristeza. ¿Qué función tiene la tristeza?
Familia y amigos que viven por allí están tristes, muy tristes. También asustados, desgarrados y desubicados.
Yo: Ya hace un buen rato que estoy oliendo el humo desde casa. Se ve la nube de partículas. ¿Cómo vais? ¿Os desalojan o no?
J&M&S&P: «Ya vemos las llamas a lo lejos. Están de reunión decidiendo… ya tenemos todo preparado…»
Yo: Aquí ya se huele el incendio hace rato. ¿Cómo vas?
M: «Me siento vulnerable. La vida se va en un instante. El lugar que consideraba mi paraíso sanador, ha dejado de existir. Ahora no sé desde donde seguir y no me refiero a un lugar en el mapa… Igual esto me está diciendo justo eso: regenerarse en cualquier lugar; en cualquier circunstancia… total, siempre estamos en un tris de saltar por los aires…»
Es lógico y natural. Porque cuando desaparecen tus raíces te tambaleas. Nos pasa a todos. Los montes no son solo espacios verdes llenos de vida. Son raíces emocionales para algunas personas. Son sus casas y la pura representación de la existencia.
Somos humanos, necesitamos sostén. Y muchos, el sostén lo encontramos en la naturaleza. A veces en ciertos lugares concretos.
Es una sensación extraña… la garganta aún duele, como si tuviese clavadas miles de alfileres. Se cierra con un nudo para que no explosione. Pero el dolor es tan grande que presiona la cabeza y busca lugares para expresarse. Y encuentra los ojos, y por eso las lágrimas.
Y el torbellino sigue quemando por dentro. Así. Como si las llamas avanzaran y el cuerpo se quedase poco a poco vacío, agotado. Sin alma. Sin nada.
Eso que he descrito es mi sensación personal de cómo la tristeza fue tomando protagonismo en aquel momento. Y ahora mismo sigue presente en mí, mientras mis dedos teclean en el ordenador cuyo teclado se va manchando de cenizas traídas por el viento. Y la tristeza se quedará conmigo el tiempo que necesite. Pero tras aceptarla, ya no me paraliza. Puedo seguir viviendo con ella y tecleando desde el corazón.
Las emociones brotan desde algún lugar del cerebro, en el maravilloso y complejo sistema límbico; se extienden por el cuerpo y traspasan las fronteras físicas para ubicarnos y reubicarnos.
La tristeza es la emoción por excelencia encargada de gestionar los duelos. La que se va a encargar de asumir las pérdidas. La tristeza nos protege a nosotros mismos y nos une a los otros. Gracias a la empatía, la tristeza nos sirve para que nos abracemos, incluso desde la distancia. Gracias a la tristeza nos sentimos más unidos. Un abrazo compartiendo emociones es más abrazo. La tristeza, como el resto de emociones, es símbolo de que estamos vivos. Es una emoción muy vinculada a las relaciones sociales.
La tristeza algunos la notan en el estómago. Otros la notamos en la garganta o en el pecho. El cuerpo se vuelve lento y pesado. A veces tembloroso y agotado. Nos puede doler la cabeza. Lloramos. Llorar es importante para dejar que la tristeza salga de forma natural. Llorar es liberador. ¿A quién se le ocurrió un día decir eso de “no llores más”? ¡Ni de coña! ¡Llora lo que necesites!
No hay que reprimir la tristeza. No hay que reprimir ninguna emoción. Es bueno hablar de ella, es bueno que nos expresemos. La tristeza es una emoción natural y tiene su función. No te fíes un pelo de alguien que siempre está feliz. Deja espacio a la tristeza para que cumpla su función; deja espacio al dolor. Reconócete vulnerable: es sano, humano y necesario.
Si te cuesta hablar de cómo estás o te cuesta describirlo, no te preocupes tampoco. Concédete ese tiempo para estar mal. Concédete ese tiempo para acurrucarte en un lugar a solas para estar con la tristeza como única compañera. Concédele a ella el espacio para crecer y marchar.
Porque si la tapas, la oprimes o la asfixias, la tristeza se convertirá en dolor físico. Y después se convertirá en enfermedad. Porque sí, también enfermamos cuando no dejamos a las emociones cumplir su función.
Eso de hacerse el fuerte o la fuerte puede servir para momentos puntuales, tal vez cuando tratas de proteger a alguien; pero después la emoción tiene que salir y cumplir su cometido.
Existen duelos enquistados por no haber dejado a la tristeza hacer su función. La psicología los llama duelos congelados o inhibidos. También existen los duelos desautorizados. Lo que se congeló, inhibió o desautorizó fue la tristeza, la capacidad de sentir.
Cada día se concede mayor espacio a las emociones, ¡menos mal! Cada día se les permite actuar mejor y de maneras más sanas. Se va enseñando a los niños a reconocerlas, a saber su función y a gestionarlas.
Pero todavía hoy en día, hay muchos adultos que no aprendieron a identificar las emociones porque nadie les enseñó. Hace años, eso de las emociones era algo desconocido. Y su buena gestión tiene un papel fundamental para el desarrollo humano, para poder seguir sanamente con la vida después de un duelo; después de una muerte o un incendio.
Igual que te das permiso para amar o reír, date tiempo y permiso para llorar. Y si eres de esas personas más sensibles o más emocionales, fantástico. Cada persona sentimos con una intensidad. Desahógate, sácalo, compártelo y suéltalo. No te lo guardes. Que seguro somos muchos dispuestos a escucharte, a acompañarte y comprenderte.
Que las lágrimas limpian los ojos, calman la mente, alimentan el alma y equilibran el corazón.
¿Y si viviésemos en un lugar un poquito más utópico? pues las lágrimas que brotan de todos los ojos que aman esas tierras, ayudarían a apagar los incendios. Pero… a veces también sentimos que las utopías se queman y rompen en mil pedazos que saltan por los aires hasta la estratosfera. Y quedamos rotos y vacíos de nuevo. Y así será mientras estemos vivos por nuestra biología emocional. Así que, hasta que la calma y la ilusión vuelvan, dejaremos trabajar a la tristeza, con cariño y comprensión hacia nosotros mismos.
Te abrazo desde aquí, estés donde estés. Gracias por leerme 🙂
Me encanta cómo describes a Doña Tristeza, Nieves. Y también esto que dices de la impronta que dejan las emociones en nuestro cuerpo. De hecho resulta interesante observar su reacción frente a nuestras vivencias porque nos da pistas de por dónde ir.
¿Se contrae o se expande el cuerpo?, ¿la respiración se corta o fluye?… Indicios para vivir a favor del cuerpo, un sabio que siempre viaja con nosotros y sabe perfectamente por dónde caminar.
Gracias por compartir.
Abrazo grandote. María.