Imagina.
Que estás en un estado de trance, absorto y absorbido por una realidad alternativa, un lugar distinto a ese en el que está existiendo tu cuerpo. En ese estado de trance lo único real es esa “entidad” sin entidad, sin espacio ni tiempo. Mientras estás leyendo no eres consciente de que estás haciendo algo que se llama “leer”. Simplemente tu yo desaparece para fusionarse al cien por cien con ese infinito camino de no-consciencia (o supra-consciencia o vete tú a saber), un estado orgásmico que te nutre de comprensión: la que el libro te aporta.
Y cuando suena la alarma te das un susto, no sabes qué es ese ruido (porque, aunque lleves los canceladores de sonido, lo escuchas), no sabes dónde estás, ni quién eres ni qué estás haciendo. Te das cuenta de que… ¡hasta tienes un cuerpo con brazos y piernas!
Son tantas las veces en tu vida que has entrado en trance que, la sensación de cambiar de realidad, aunque la has vivido cientos de veces… Siempre es como si fuese la primera vez, y siempre es igual de molesta cuando se produce de manera repentina por un estímulo externo potente como una alarma.
Diría que los libros son otros mundos en los cuales poder existir…
En términos más psicológicos: estado de hiperfoco con desconexión casi total de demandas externas, disminución de la actividad en regiones cerebrales relacionadas con la conciencia del yo y de la interocepción. Vamos, que me olvido de mí y me dan bajones de glucosa de los que no me entero hasta que salgo del trance y noto esa sensación de hambre y temblores y me como unas alitas de pollo que ya tenía preparadas desde antes, a sabiendas de que la hipoglucemia podía ocurrir. Juas.
Pero que lo del TRANCE… lo del TRANCE mola más.
Cuando era cría pensaron que tenía un trastorno obsesivo con la lectura. Pero resulta que, para mí, un libro que me atrapa y me hace entrar en trance es una de las mejores experiencias que puedo tener.
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