El día veintidós de octubre salíamos María y yo hacia el Monasterio de Urdax, lugar que sería el inicio de nuestro primer camino juntas: el Camino del Baztán. María y yo somos primas. Nos conocemos desde que nacimos, pero empezamos a compartir más profundo hace pocos años y nunca habíamos caminado juntas durante varios días seguidos.

Este camino ha sido la prueba de que somos capaces de caminar juntas en la vida. Y eso es precioso. Cuando empezamos un camino con alguien no sabemos cuál puede ser el resultado. Puede ir bien o puede ir mal, debido a la convivencia y el roce.

Pero si va bien, tengo la certeza de que las almas que caminan juntas, quedan unidas para siempre.

Llegamos tarde a Urdax. Había durmiendo un peregrino. Nos acostamos intentando no hacer mucho ruido. Me sentí feliz, muy feliz al tumbarme en mi litera y ver que estaba de nuevo en el Camino.

Me dormí rápido, pero me desperté sobre media noche, con una potente, positiva y luminosa idea en mi cabeza. Abracé fuertemente esa idea hasta que conseguí volver a dormir.

Al día siguiente, tras conversar en el desayuno con Sergio, el peregrino que había dormido allí, salimos hacia Elizondo tranquilamente, gozando del camino. Hizo mucho calor para estas fechas. Llegamos cansadas a Elizondo, dormimos en un albergue privado.

Al día siguiente, empezamos la que para mí es la etapa que define plenamente este camino. El Baztán es un camino tranquilo, silencioso y precioso. El tramo que hay desde Berroeta hasta Lantz, es pura magia. Pero magia de cuento. Magia de gnomos, brujas, hadas, elfos y compañía. Los árboles hablan, la tierra abraza, el viento calla…

El Baztán lo caminé en 2017. Esta vez el bosque estaba más seco que entonces, por falta de lluvias. Pero eso no le quitó el encanto intrínseco que empapa cada átomo de este camino.

En algún momento, María escuchó una música que yo no logré percibir. Tal vez era la música que producen las hojas de los árboles al caer. Tal vez la música salía de ella y podía escucharla con el silencio de sus pasos.

Este camino es un placer para los sentidos y para el alma, para eso que somos en lo más profundo. Caminar entre hayas, con el único sonido del impacto de nuestros pies en el suelo, nos hace entrar en trance.

Hubo un momento en que una quietud monumental procedente de una de las hayas del bosque me obligó a detenerme y a mirarla. Conecté con esa quietud. Y se me saltaron las lágrimas.

Existen unos estados de paz infinita que tal vez solo se alcanzan con meditación profunda o debido a algo externo que nos atrapa y nos hace entrar en sosiego primero y en clímax después. Ese árbol lo consiguió con su presencia. Entré en un estado mental de trance, felicidad y paz absolutas; solo siendo. Sin más.

Qué maravillosa es la naturaleza, nos demuestra que no hay diferencias reales entre ese árbol y nosotros. Ni entre tú y yo. Aunque a veces, no nos demos cuenta de eso.

Todos nacemos de una misma raíz: la de la vida.

Seguí avanzando hacia donde estaba María, también maravillada por el entorno verde, amarillo y marrón.

Más adelante la ermita de Santiago y el Monasterio de Belate y de nuevo bosque de hayas hasta llegar a Lantz.

Este segundo bosque es más denso. Se nos hizo de noche mientras fotografíabamos setas y abríamos todos nuestros sentidos para embriagarnos totalmente con esas sensaciones maravillosas.

Llegamos de noche a Lantz, buscamos a la hospitalera para que nos abriera el albergue. Al día siguiente llegamos a Pamplona, donde nos acogió Juampe y nos orientó hacia dónde podríamos ir para seguir conociendo bonitos lugares de Navarra. Nos acompañó por Andía y Urbasa. Poder contar con Juampe como guía y fotógrafo de montaña es como si te toca el gordo de la lotería de Navidad: simplemente él es el mejor.

Así que fuimos hacia Andia y Urbasa. Preciosisisisisisímo. Caminar por lugares como el Nacedero del Urederra, el Balcón de Pilatos, el Hayedo Encantado y terminar el día con la puesta de sol en el Arco de Portupekoleze, fue el colofón perfecto a unos días que personalmente se convirtieron en una inyección de energía, positividad, confianza, alegría, posibilidad y aprendizaje. Caminoterapia en estado puro.

Pero he de hacer un inciso. También tuve una sensación no muy agradable. También se me saltaron las lágrimas, pero de tristeza. Sí. Tristeza. Ahora lo explico…

Al llegar al Nacedero del Urederra, que ya lo conocí en 2017, habían puesto taquillas y aparcamiento. El lugar se ha hecho tan famoso por su belleza que, debido a las masificaciones, se vieron obligados a limitar el acceso. Se me revolvió algo por dentro. Es lógico. Si queremos proteger los espacios naturales de la plaga que a veces representamos los humanos, debemos limitar nuestro acceso. Lo entendí. Tuvimos suerte de poder acceder, porque había muy poca gente.

Comenzamos la ruta por el Nacedero. Al salir del aparcamiento había flechas pintadas en el suelo y carteles que nos recordaron que habíamos tenido una pandemia en 2020. Sensaciones extrañas.

Al llegar a una de las pozas de agua azul turquesa, las pasarelas de madera para los accesos y esas cuerdas que protegían las pozas de nuestra presencia humana, hicieron tambalear mis cimientos internos.

Desde que nací he estado muy ligada a la naturaleza. Me he sentido siempre como un bichillo del campo. Jamás una intrusa. Pero la realidad es que los humanos en masa y como especie, estamos modificando muy rápidamente los ecosistemas. Demasiado rápido para que puedan recuperarse. Y ello nos obliga a proteger a esos ecosistemas de nosotros mismos, de nuestro impacto.

Somos conscientes de que si un ecosistema muere, algo se modifica en nosotros. No sé si los protegemos por egoísmo o por afinidad. El caso es que, afortunadamente, los protegemos.

Pero no pude evitar imaginar la situación con tintes dramáticos. Porque para mí es dramático saber que estamos alterando el entorno natural a pasos agigantados.

Me sentí por momentos metida en una jaula transparente, viendo eso que me da la vida a través del cristal. Sin poderlo tocar porque lo rompo. Sin poderlo respirar porque lo asfixio.

Sentí que los humanos acabaremos recreando de manera artificial dentro de esa jaula esa vida auténtica que nos rodea y nos nutre; para no rasgarla, para no matarla.

Pero como estoy en un plan muy positivo, también quiero creer que cada vez somos más conscientes de nuestro impacto y vamos haciendo cosas para minimizarlo, como proteger los accesos masivos a espacios naturales. Y me parece bien. Tenemos que ser consecuentes con nuestras acciones.

Quitado de esta sensación de tristeza, el camino me regaló mucha felicidad y unos cuantos aprendizajes:

  1. Confianza en el camino y en la vida. Aunque a priori parezca que nos vaya a faltar el pan. El camino provee.
  2. Trasladar el contexto mágico del Camino a la vida cotidiana, sobre todo en lo que se refiere a la frecuencia mental de la posibilidad.
  3. La libertad es una actitud. Está bien recordarlo de vez en cuando.
  4. Me encantan las personas soñadoras y amables con corazones grandes. Demuestran que en la vida vale la pena apostar, aunque podamos perder o ganar.

Ahora estoy en Valencia, en casa. Pero esta noche he soñado con verde, marrón y azul turquesa, con la energía de ese abrazo reconfortante que nos proporciona caminar por los bosques encantados de Navarra.

¿Morriña? Sí, claro. Pero estoy feliz. Muy feliz.

Mi próximo objetivo lo tengo bastante claro: ir dando pasos para volver pronto a Navarra, con mi pc portátil en la mochila… 😉

Agur 🙂

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